¡Catorce años tenia! E ra una niña
cuando la conocí por vez primera;
temprana flor nacida en la campiña
berciana, en un albúr de primavera.
Era tan bella cual humanos ojos
contemplaron jamás tanta hermosura,
que no pudo el cincel de la escultura
copiar sus líneas ni sus labios rojos.
Ni modelaron nunca los cinceles
formas de mujer real o imaginaria,
ni Vinci, ni Polignoto, ni Apeles,
vieron en su gigante fantasía
la imagen celestial sublime bella...
que el Sabio y Providente labró en ella
ufano como cuando creó el día.
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Yo también era un niño, pues contaba
quizá menos edad. Turbado y ciego
la hermosa me dejó, más sentí luego
que un imán misterioso aprisionaba
mi alma en redes de amorosa trama,
y que un volcán de súbitas pasiones,
de delirios de anhelos, de ilusiones....
envolvía mi ser en voraz llama.
Niño herido de amor....de amor sincero
le hablé de amores cuando la hube sola.
Sus labios temblorosos de amapola,
dijeron dulcemente: ¡Sí, te quiero!
Mudos testigos fueron las estrellas
de un contrato de amor; promesa justa
hecha en el seno de una noche augusta
al sentido decir de mis querellas.
Creció la impúber siempre enamorada
siempre inocente, sí, de amores ciega
como crecen los lirios en la vega;
gentil, exhuberante, inmaculada.
Siempre la quise de su amor avaro
y mis años la dí, día tras día
entregado a la dulce idolatría
de aquel tesoro tan valioso y caro.
Dios bendijo también nuestros amores
y así pasamos venturosos días,
mirando en las risueñas lejanías
dias de un porvenir lleno de flores.
Pronto fue mi adorable compañera
y al rodar de periodos no prolijos
fué madre cariñosa de mis hijos;
esposa y dueña de mi vida entera.
Cada vez más prendido en sus encantos
crucé por los senderos de la vida
cual chicuelo que juega en la avenida
de un jardín sin pesares ni quebrantos.
¡Poco bueno es durable! Cuando acaso
en adorarla más creció mi empeño
la muerte apareció con duro ceño
y de su vida en flor asaltó el paso
fatídica, implacable, justiciera
cual segador que, cuando corta el heno,
ve las flores caer, rudo y sereno
que de gala vistieran la pradera.
Su muerte hizo saltar mi alma en pedazos
como vidrio arrojado al suelo.
nadie sufrió tan cruel duelo
como yo, que teniédola en mis brazos
vi cerrarse sus párpados rendidos
cual en enero veis la mustia nieve
silenciosa caer; celaje leve,
de unos cielos por siempre oscurecidos.
¡Alegrías!...amor!...¡Pueril contento!
¡Felicidad efímera! ¡Hojarasca
que vuela , y se dispersa en la borrasca
del infortunio, cuando sopla el viento!..
De mi alma en el páramo desierto
ya no hay amor, ni ensueños, ni alegria;
solo suena la triste salmodia
del rito funeral, que canta a muerto.
Y en mi cerebro, con dolor profundo
pesa la idea torturante, fija;
que un puñado de tierra es quien cobija
al ser que yo más quise en este mundo.
¡Adiós, mi bella y adorable esposa!
Si cielsos hay, en ellos pienso verte
mas si solo hay materia..¡triste suerte!....
nos juntaremos en la misma fosa.
Manuel Alvarez Juarez
Cacabelos Noviembre 1912